Escribir nunca ha sido una tarea sencilla, ni siquiera es un verbo muy
aclamado entre los jóvenes, pues puede conllevar a confusiones ortográficas que
pueden costarte algún que otro disgusto. Sin embargo, cuando eres capaz de ver
más allá de esas ocho letras, de esas tres sílabas… Tu mundo cambia.
Vivimos en un mundo lleno de prisas, lleno de angustia e incertidumbre. Un
mundo en el que siquiera puedes parar un segundo para reflexionar el rumbo que
está tomando tu vida, si lo que estás haciendo es realmente lo que tu corazón
te dicta o simplemente obedeces los patrones marcados por la sociedad. No hay
tiempo.
Tempus irreparabile fugit.
Y es ahora más nunca que debemos escribir, por nosotros, por ellos, por
todos los que han perdido las esperanzas, por todos aquellos que no ven la luz
al final del camino. Por todos los que se despiertan con los ojos húmedos.
Ellos son los verdaderos protagonistas de estos tiempos difíciles. Porque son
muchos y al mismo tiempo pocos. Porque aunque apartemos nuestras miradas y no
queramos verlos, siguen ahí, no desaparecen, al igual que no lo hacen las
palabras.
Son tiempos complicados, tiempos en los que nadie está a salvo, como una
guerra, más, ¿No es eso lo qué está pasando? ¿No nos atacamos los unos a los
otros, cuando se supone que todos somos hermanos? ¿No nos dejamos morir de
hambre? ¿No permitimos que nos arrebaten nuestro hogar?
No se necesitan armas para dar lugar
a guerras, tampoco tanques ni gases tóxicos. Solo se necesita muerte, hambre y
pobreza.
Cuando los ricos se hacen
la guerra, son los pobres los que mueren. (Jean Paul Sastre)
¿Qué hacer cuando ves tu mundo derrumbarse? ¿Cuándo oyes a tus padres
llorar mientras creen que duermes? ¿Cómo explicarle a tu hermano qué sus sueños
al igual que los tuyos nunca se harán realidad, porque sin dinero no eres nada?
No permitir que tus temores te dominen y te paralicen. No permitir que las
lágrimas resbalen por tus mejillas, porque ellos creen que no te das cuenta,
pues eres joven, una adolescente, nada más, con sueños materiales y
fantasiosos.
Pero una vez más se equivocan. ¿Piensan que no me doy cuenta de cómo bajan
la mirada cada vez que habló sobre cursos en el extranjero, sobre la
universidad…?
Pero hago que no soy consciente de ello. Así ellos son felices, al menos
todo lo que se puede durante estos tiempos difíciles. Mientras que yo… escribo.
Porque escribir me da alas, me transporta a un lugar más allá de lo
inimaginable. Donde llorar sea sinónimo de felicidad. Un lugar en el que los
sueños no sean meros “imposibles” y se conviertan en “desafíos” en los que cada
uno da lo mejor de sí mismo.
Porque escribir puede convertirse en el aislamiento perfecto de la
realidad, y para que engañarme recurro constantemente a él, más de lo que me
gustaría admitir. No obstante, esa no es su misión. Por mucho que nos guste
ocultarnos tras nuestra máscara de hielo, esa no es la solución.
Debemos luchar, no con las armas, no usando la violencia. Usemos las
palabras, hagámoslas “puntiagudas”, “hirientes”, “inmortales” pero también “esperanzadoras”,
“entusiastas”, “iluminadoras”.
Pues las grandes victorias que hoy recordamos con orgullo y admiración
fueron el resultado de pequeños triunfos que pasaron desapercibidos.
No somos los primeros en utilizarlas, pero a ellas no les importa, saben
que luchamos por el bien, por la justicia, por la libertad. Que son mensajeras
de la paz.
Y sonríen, mientras nosotros lloramos, porque aunque sean tiempos
difíciles, ellas saben que nunca podrán arrebatárnoslas, que siempre serán
nuestras y nunca se marcharán de nuestro lado.
La escritura es la última
forma de resistencia. El lenguaje no pueden quitárnoslo.
Aunque perdamos la esperanza, aunque no hallemos solución, ellas están ahí.
Quietas y sigilosas, esperándonos. Deseando que las leamos, deseando que las
tracemos, deseando surgir de nuestros labios.
Las palabras. Precursoras de la
evolución, líderes del conocimiento, voces alzadas de la revolución. Ellas son
el futuro y el inicio de un mundo mejor, de un mundo correcto, un mundo que
todos deseamos y pocos nos atrevemos a cambiarlo.
Porque estamos cansados de irnos a dormir y esperar que la suerte vuelva a
sonreír, con los ojos abiertos esperando un milagro. Porque son demasiadas las
mentiras y las lágrimas derramadas. Porque vivimos en una cultura de apariencia
sin valores algunos, donde la democracia reside en meter un sobre en una urna cada cuatro años, mientras que
nuestros dirigentes amontonan gratificaciones.
Es un sistema agotado, pero el poder está en el pueblo y nosotros, solo
nosotros, podemos cambiarlo, porque toda evolución surge del malestar y de la incertidumbre.
Hay quienes pensarán que es una locura, pero la única diferencia entre la
locura y la genialidad es el éxito, y si todos juntos unimos nuestras fuerzas,
las sonrisas volverán a iluminar los rostros de aquellas personas que lo dieron
todo por perdido.
Unamos nuestras manos a través de la insurrección. Pero, nunca olvidemos
unir nuestros corazones a través de la palabra, pues sin ellas todo está
perdido.