Rêves de Papier et Cauchemars d'Acier.

viernes, 24 de abril de 2015

Reflexiones de un enamorado.



Mis versos jamás podrán capturar la belleza de tus ojos, ni el rápido aleteo de aquellas pestañas que viajan, raudas, hacia el amanecer de un nuevo día.

No puedo mirar  tu rostro sin sentir como mi corazón se para, apenas unos segundos,  porque me has regalado tu primera sonrisa matinal.  Y sin embargo no puedo escribirte como  si de otra de mis musas te tratases,  a pesar de que en mi sueños solo estemos tú y yo; susurrándonos promesas de amor.

Y no puedo ser quién te tome de la mano mientras observas la ciudad diluirse en la oscuridad, porque mis recuerdos siguen atormentándome día a día. Ella sigue sin querer marchar de mi lado.

Y yo no puedo dejarla ir hasta que mis labios no dejen de saber  a los suyos. No se alejará de mi inconsciente mientras no deje  de perderme entre lágrimas que juré no derramar.

Temeroso de escapar de  un pasado que solo hiere me hallo estático, dejando correr el tiempo.  Desaprovechando la oportunidad que me brinda la impericia de la juventud.
Te  imagino entre mis brazos, recostada, oyendo mis fervientes latidos… y me pregunto si alguna vez se hará realidad.

Pero es el miedo a que tus labios  no curen mis heridas lo que me impide besar tu frente, tu nariz y tus mejillas. Por último tus labios, lentamente, recorriéndolos con suavidad.


Quizás no esté preparado, puede que sea un sentimiento demasiado grande para alguien a quién le robaron las ilusiones.
Tal vez quiero comenzar un juego al que no sé jugar, en el que tengo todas las de perder; una vez más.
 Mas la postergación de la verdad es mi única evasiva de la realidad. Así que permito que las horas corran hasta detenerse en seco sobre el borde del abismo… O saltas o te vuelves. Ya no hay salida, es el momento… tú decides.

 Las lágrimas sin derramar están quemando por dentro, los sentimientos atrapados en mi corazón están agujereando mis esperanzas y mis demonios de nuevo están haciendo de las suyas en mi enfermiza mente. ¡Páralos! ¡Para todo y déjame marchar!

Permíteme olvidar tu castaño cabello cayendo sobre tus hombros, concédeme arrinconar tu sonrisa debajo de la cama y dispénsame, amor mío,  de nuestros ensueños delineados a la luz de la luna.

Algún día hallaré la osadía en mis palabras y te las haré entregar una a una.  Te miraré a los ojos, ininteligibles y opacos. Te rozaré las mejillas y susurraré tu nombre a modo de suspiro, para que solo tú seas conocedora de mí querer.
Quizás entonces el desconsuelo de mi espíritu se disipe bajo el calor de tu mirada, derritiendo la tristeza  e ingratitud que un día Ella dejó al marchar.

Más nunca lo sabré, puesto que jamás tuve el coraje suficiente como para hacértelo saber. Me conformé con tu amistad, cálida y sincera a lo largo de los años. Me resigné a hacerte reír, a escucharte llorar ante las vicisitudes que el destino puso en tu camino. Luché ante mis ansias de besarte cada día, siempre a la misma hora, cuando tu mano rozaba mi hombro en modo de despedida hasta la próxima vez. Imploré, quién a sabe a quién, porque en cualquier momento advirtieses todo lo que eras para mí.

Pero para mí desgracia solo fui un mero observador de tu belleza y ternura. Siempre unos metros más atrás, observándote. Contemplando como tu figura se disipaba entre la multitud, alejándote cada vez más de mí.

Aún recuerdo la última vez que nos vimos, solo han pasado unos meses, mas no puedo evitar añorar el aroma de tu piel; dulce y embriagador, la perfección de tus labios al moverse, el resplandor de tu melena bajo la luz del sol. Revelando lo que será  tu eterna presencia en el desamparo de mi existencia.

Es por ello que me deleito con palabras exentas de valor alguno, que no narran nada más que lo que pudo haber sido pero que jamás ocurrió.  Únicamente párrafos  rebosantes de emociones malgastadas, recluidas en su confinamiento interno que esperan a ser liberadas con el fin de degustar la acescencia  del amor.

Pues, ¿qué es el amor si no más que un acto obstinado y ávido de atención?  Rebosante de deseos e ilusiones. Desprovisto de esmero y precisión.

Y nosotros, enamorados,  solo somos desdichados   títeres movidos bajo el afán de transcendencia de nuestros corazones.  Ejecutando otro papel más en el melodrama de los sentimientos. Cuyo final no es más que una triste despedida entre los versos de un poeta malherido que cura sus rasguños con letras oxidadas y recuerdos edulcorados.

Todas las despedidas son tristes, una pequeña muerte
Pero esta no tendrá sepelio, hasta pronto, buena suerte.