Rêves de Papier et Cauchemars d'Acier.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Tentative Nº 1



Y con el frío entre mis huesos,
doy comienzo a unos tristes versos.



Y con la luna en mis pupilas,
y tus labios entre mis costillas,
caen amargas, las palabras.
fuente de nuestras desdichas.



Deja que la sangre caiga,
quien sabe, hasta mañana.
Y el llanto canta
hasta bien entrada la madrugada.



Silencia a los demonios,
que se adentran en tus sueños.
No les dejes alzar el vuelo,
hazlos prisioneros.



Sientes los grilletes,
clavarse sobre tus sienes.



Recuerda esa sensación,
de ser uno más entre el montón.




Tómalo o déjalo,
¿es realmente la cuestión?
No hay nada más malo,
que el sabor de la decepción.



Con los versos deshechos
de tinta ensuciados…
                                     Terminamos.











viernes, 20 de diciembre de 2013

Port.



Se levantó empapada de sudor, no había pegado ojo en toda la noche y ahora hacía ya demasiado calor como para intentar conciliar el sueño. Por lo que se decidió a vestirse. Cogió el vestido del suelo y se lo volvió a poner. Fue al servicio, se lavó la cara, los dientes… se peinó y se recogió el pelo en un improvisado moño mientras buscaba con la mirada el frasco de colonia. Una vez lo hubo encontrado se echó un par de gotas sobre el cuello y salió de la estancia, en busca de sus sandalias.

Supuso que estarían en el rellano así que bajó las escaleras y dirigiéndose a la puerta principal las encontró. Se las puso mientras iba a la cocina, para tomarse un vaso de zumo de naranja y un mendrugo de pan con aceite.

Miró el reloj, las siete de la mañana. Suspiró y salió al patio. Más allá de los muros se oían las risotadas de los muchachos y el colapsar del balón contra las paredes. Ella tomó una azucena, blanca como la nieve y se la colocó en su cabello.

Una vez se decidió a salir de casa dejó que sus pasos la llevasen. Quién sabe a donde. A él quizás.
Llegó al puerto, los barcos estaban volviendo de su ardua jornada nocturna y la mercancía sería llevada en meros instantes a la lonja.

Le buscó entre el bullicio de marineros, no le vio, por lo que supuso que todavía no habría vuelto.


No podía olvidarle, esos ojos azules la habían taladrado desde que entró al tablao’

Le vio desde detrás de la barra, mientras uno de los habituales le hablaba. No entendía de lo que estaban dialogando por lo que simplemente asentía a cada nueva intervención. Fue en ese entonces, con los ojos rojos a causa del cargado ambiente que le vio entrar con un semblante serio, distante. Como si se encontrase obligado. Quizás fuese así, en ese caso le debía una ronda a aquel que le hubiese arrastrado hasta allí.

Le observó desde la distancia, era un joven alto, esbelto, con fuertes brazos y amplia espalda. Su rostro anguloso, marcado, serio, no mostraba sentimiento alguno, su mirada simplemente se encontraba fija en un punto muerto…

Salió de su embelesamiento cuando su acompañante la llamó rudamente para que les tomase nota. Tomó el bloc y se dirigió  hacia allá mientras sacaba el bolígrafo. Y les preguntó.



                  
Estaba cansado, trabajar en el muelle era agotador, y sin embargo allí estaba, en aquel tugurio de mala muerte antes de partir a la mar.

Olía a fritura junto a tabaco barato, y a sal, mucha sal. Gran ambiente.

Con un rápido vistazo encontré una mesa alejada de las miradas indiscretas y fui directamente a ella, sin esperar el consenso de mi compañero.

No hubo sentádose cuando llamó a la joven muchacha de la barra para que nos atendiese. Con un tono grotesco y vulgar la hizo acercarse. Si yo hubiese sido ella ya le habría largado, pero era obvio que el establecimiento no le pertenecía y el rodar de sus ojos me dio a entender que ya era habitual que la tratasen así.

Pedí una cerveza, no pude evitar observar sus manos. Eran finas, gráciles, quizás incluso suaves… quién sabe. ¿Qué se sentiría cuándo te recorriesen de arriba abajo?

Ella se alejó, dejándome repleto de pensamientos no apropiados y cierto desazón recorriendo mi cuerpo.

Volvió con el pedido, y esta vez la observé detenidamente. Su vestido blanco se ceñía sobre su cintura, sus brazos desnudos; solos adornados con unos simples brazaletes, de tez tostada… Sus ojos como el carbón a la par de su cabello, largo y ondulado.

Pero no fue eso quizás lo que me atrajo de ella, puede que fuesen esas marcadas ojeras que pedían a gritos ayuda, o su sonrisa algo desgastada que no paraba de esbozar. Y que nunca he llegado a comprender.


No tengo muy claro quién comenzó toda aquella algarabía, solo recuerdo que de repente me encontraba en medio de una trifulca, a solo quince minutos para embarcar.

Recibí un golpe, sin saber de donde venía. Mi cabeza comenzó a dar vueltas, de repente todo se volvió oscuro, más sentí una mano agarrarme… una mano suave.





Serían las tres de la madrugada, y aunque no hiciese mucho frío junto a la costa, la brisa que corría por los callejones refrescaba. Y los borrachos buscaban algún refugio. Sin embargo, no aquellos dos jóvenes.
Ella le había arrastrado fuera porque… no lo sabía, pero ojalá él no se lo recriminase, le había visto en apuros y pensó que lo mejor era sacarlo de allí.




Le senté, con la espalda contra la pared. Estaba inconsciente, y es muy probable que si no hubiese sido así jamás me habría atrevido a acariciar su rostro. No me había percatado de sus moteadas pecas sobre sus mejillas…adorables.

Oí un gruñido, y enseguida me aparté, alejándome de él. Abrió sus ojos y me observó. El silencio llenó el ambiente, no sé en que estaba pensando pero no paraba de mirarme.

Ambos esperando a que alguno dijese algo. Más no fue así, cuando quise darme cuenta estaba besándome.

Sus labios eran secos, agrietados, rudos, acostumbrados a la sobrecarga y rapidez de las putas. Creo que buscaba un atisbo de luz en los míos, y por como su lengua jugaba con la mía, juraría que lo encontró.

Nos quedamos sin respiración y solamente nuestros agitados suspiros cortaban el aire. Me abrazó, sin decir una sola palabra.

Me gustaba su aroma, olía a libertad y amargura.



-Espérame…



Y allí estaba yo, sentada en el muelle esperando su llegada. En soledad, aguardando por unas cuantas palabras más, y unos labios rotos, oxidados del no-amar.



martes, 17 de diciembre de 2013

Laundry.



El jarrón se hizo añicos al impactar contra su espalda, el tintineo de los trozos de porcelana falsa cayendo en el suelo era acompañado por un chillido desgarrador.

Él continuaba histérico, fuera de sí, la rabia nublaba su vista y le impedía ser ese hombre “razonable y sereno” que le había hecho el amor hacía menos de una hora.


Estaban tumbados sobre un colchón roto, cuyos muelles sobresalían por los costados. La sábana estaba tirada en la sucia moqueta verde de la habitación, con solo alargar el brazo pudo coger la sábana y envolver sus cuerpos, el colchón estaba tirado en el suelo.

Ella situó la cabeza en su pecho, las almohadas eran un bien innecesario y costoso en sus 30 m2  de hogar, desde esa posición podía observarle detenidamente. Sucesivos tatuajes, uno tras otro cubrían sus brazos, otros adornaban su espalda. Un par de cicatrices decoraban su cuello, dando lugar a una rosada cruz por encima de sus marcadas clavículas. Desde esa altura podía apreciarse a la máxima perfección otras marcas menos llamativas como quemaduras de cigarros, arañazos de uñas por su espalda y mordiscos en su abdomen. Muchos de estos no eran suyos, ella lo sabía, no era la única a la que se tiraba, pero le daba igual, lo único que le importaba era tener un techo donde cobijarse y comida suficiente para ir sobreviviendo mes a mes.

Le hubiera gustado decirse a sí misma que él tampoco era el único que “dormía” entre sus sábanas, que ella estaba deseando que se marchase a hacer sus negocios, para poder llamar a sus amantes y que la hiciesen mujer de verdad. Pero le tenía miedo, a sus musculosos brazos capaces de levantar decenas de kilos (de hachís) de una sola vez, miedo a esa boca sucia, violenta y falta de incisivos debido a sus sucesivas trifulcas, pero sobretodo miedo a sus ojos, unos ojos pequeños pero asesinos, sin luz, repletos de maldad y codicia.


Lo más parecido a un amante o una aventura que ella había tenido era aquel chico joven, que trabajaba a tiempo parcial mientras estudiaba ingeniería, en la lavandería. No tenía muy claro que era aquello de la ingeniería, pero fuese lo que fuese si ese chico tan apuesto lo estudiaba tenía que ser increíble.

La primera vez que lo vio sintió como su estómago giraba sobre sí mismo, llevaba tanto tiempo sin sentir algo que se le asemejase que por unos instantes creyó estar enferma. Cayó en la cuenta que desde que se había fugado diez años atrás con Trih y lo habían hecho en la parte de atrás de la iglesia, no había vuelto a sentirse así.

Josh (o al menos eso es lo que ponía en su identificador, en su mente cuando estaba en la bañera sola y aburrida su nombre era más erótico y sensual), era un chico alto, esbelto, con unas facciones muy marcadas pero con unos hermosos ojos ámbar, su rostro cubierto de una fina barba le daba un toque más maduro a su sonrisa abierta y encantadora.

Nunca tuvo la certeza de si había sido amor a primera vista, como el de esas películas que veía hasta altas horas de la madrugada los sábados. Sin embargo no podía negar que así era como ella se lo imaginaba en sus sueños.

Todo había ocurrido muy deprisa, ni siquiera lo había previsto. Ella iba caminando por la calle, asustada de lo que se había encontrado a la entrada de su puerta. No quería saber nada de la droga, esos eran sus asuntos no los de ella. Sin embargo era en su puerta donde había 10 kilos de coca esperando a ser recogidos por algún camello. Enfada e indignada por el panorama decidió dejarlos ahí y volver a irse, había dejado las bolsas de la compra y se había marchado de nuevo, tenía la esperanza de volver dentro de un rato y que los paquetes hubiesen desaparecido.

Había recorrido algo más de un par de calles cuando fijó su mirada en un escaparate algo destartalado y que desprendía olor a lejía caducada… y entonces le vio. Allí, agachado, explicándole a una anciana donde debía introducir las monedas para que la lavadora comenzase a dar vueltas. En ese momento solía podía vislumbrar su espalda ancha y musculosa que se marcaba bajo la camiseta blanca de algodón y su trasero prieto en unos vaqueros desgastados. Ya con eso tendría para esta noche. Más cuando estaba a punto de apartar la mirada y seguir andando, se giró.


Unos hermosos ojos ámbar la miraron con curiosidad, como si a través de la cristalera pudiesen atisbar toda su complejidad. Ella simplemente sonrió y entró a la lavandería, atravesó el umbral deslizando la mano dentro de su bolsillo en busca de alguna moneda para poner en marcha cualquier máquina y así poder observarle con más detenimiento.

Encontró un par de monedas, suficientes para un lavado rápido con el detergente más barato de la máquina expendedora, ahora solo necesitaba algo que lavar. Como no llevaba chaqueta optó por quitarse la desgastada y algo rota camiseta que llevaba en esos instantes. Rápidamente se deshizo de ella y la colocó dentro del tambor, cerró la puerta con decisión y apretó dos botones al azar, la lavadora empezó a retumbar y se puso en marcha.

La miraba fijamente, se había percatado de ello, eso era lo que quería. Se sentó en una silla de plástico algo coja y comenzó a balancearse de un lado a otro. El reloj seguía corriendo, a su ritmo, sin pausa.



Todavía podía recordar su olor cuando por primera vez se acercó a ella, su fragancia masculina la había embriagado, no podía evitar morderse el labio cada vez que lo recordaba, que le recordaba. Incluso ahí, tirada en el suelo con la espalda ensangrentada y los ojos anegados de lágrimas que se negaba a derramar, no delante de él.

¿Por qué él si podía tener varias mujeres a su disposición? ¿Por qué él si podía hacer lo que quisiese y ella debía quedarse en casa a la espera de un fajo de billetes o cualquier cosa peor? No lo entendía.

Le había querido, y le había costado mucho convencerse a sí misma que ya no le quería, que la vida que tenía no era normal, que lo que él hacía por ella no era amor. Él huía de la realidad con las drogas, el alcohol y el sexo, lo entendía. Ella hasta hacía poco solía caer inconsciente en el piso tras haberse tomado un par de Jack Daniel’s, no se sentía orgullosa de ser una alcohólica, pero era mejor que cortarse porque así nadie podía ver tu dolor, lo llevabas dentro y no era necesario ocultarlo con mangas largas. El alcohol era mejor que la sangre.

Las marcas del cristal roto que había obtenido de un espejo que Trih una vez (en uno más de sus repentinos “cambios de humor”) le había lanzado, seguían dibujadas sobre su piel, como si se tratase de tinta indeleble. Eran dolorosas y a cada movimiento las cicatrices se desgarraban y algo en su interior se rompía. Por mucho tiempo que pasase esas heridas nunca desaparecerían, al menos no del todo. Puede que quizás al cabo de los meses, años… no quedase ninguna marca sobre la piel que te recordase el dolor, pero siempre estaría en tu mente, siempre tú sabrías lo que habías hecho y jamás te lo perdonarías, no tener valor, tener miedo de ti misma. Eso jamás puedes perdonártelo.


Ahora era diferente, su vida había adquirido una tonalidad más clara y parecía que todo podía salir bien.

Que podría dejar esa horrible casa, abandonar a Trih de una vez por todas, podría encontrar un trabajo decente, de camarera o secretaria.  Y lo más importante, podría estar con él.

Empero en ese instante, con la cara sobre la mugrosa moqueta todas sus esperanzas y todos sus sueños se estaban desvaneciendo. ¿Cómo había sido tan estúpida y había creído que podría escaparse, que sería sencillo?

Josh la esperaba tres calles más abajo, en un coche de segunda mano que había tomado prestado de su hermano mayor, todavía  podía intentarlo, debía luchar por su sueño, por una nueva oportunidad. Debía luchar por ellos y su amor.


La boca le sabía a sangre, había perdido dos incisivos, respiro profundamente con el objetivo de coger fuerza para poder levantarse, solo deseaba que sus brazos no flaqueasen en el último instante. Y no lo hicieron. Se levantó, se colocó la camisa lo mejor que pudo y le encaró. Aún podía atisbarse la rabia en sus ojos, bufaba como un animal de ganado y sus puños estaban agarrotados, preparados para asistir un golpe en cualquier instante.

Atusándose el cabello se acercó hacia él y le besó. Un casto e inocente beso de despedida. Por todo lo que ellos habían pasado, por haberla abierto los ojos, porque a partir de ahora nada podía ir peor, nada podía ser peor que el infierno que había pasado a su lado.


“Gracias y hasta nunca”


Susurró contra sus labios y se dispuso a marcharte, lentamente se dirigió hacia la puerta, tomó el picaporte entre sus manos y giró. De repente se oyó un disparo.
No se había percatado de su arma cuando le había besado, maldita estúpida. Ahora la sangre brotaba de su vientre, su respiración se iba haciendo cada vez más entrecortada, las lágrimas nublaban sus ojos. Lágrimas de frustración, había estado tan cerca de cumplir su sueño, solo tenía que girar el picaporte y salir de allí, huir… subir al coche y alejarse para siempre.

Y sin embargo ahora estaba arrodillada en el suelo, adentrándose al más allá, intentando volver atrás, a su cama, a aquella lavandería.

No volvería a verle, pensaría que se había arrepentido, que no había tenido las agallas suficientes como para abandonarlo y que no era suficiente para ella.
Lo que daría por poder despedirse de él, decirle otra vez que le amaba, besarse por una última vez antes de desaparecer para siempre.

Y no podía, la vida se le escapaba de las manos en esos instantes y no podía hacer nada para evitarlo. El dolor se agarraba en su garganta, quería gritar pero el miedo la acallaba. Solo quería acabar con todo, si la vida no le permitía ser feliz, si no estaba dispuesta a concederle ese deseo, no merecía la pena vivir.

Cerró los ojos por última vez y se dejó caer.



Esperaba que el cielo fuese un lugar hermoso.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Jouet


Hazme girar como si no hubiese mañana. Permíteme bailar entre acordes descompasados y reír hasta desfallecer, porque ya no saldrá el sol.

Ni volverán las oscuras golondrinas, ni los atardeceres en el Sena. Y todo se resquebrajará como ocurrió en mis sueños.

Sin poder evitar el discurrir de las lágrimas (que me prometí  nunca derramar) me desplomo ante la intempestiva soledad.

Las piezas del puzle no encajan, chocan entre sí, colapsan, porque no consiguen conformar una bella imagen.

Se pierden, se esconden, o simplemente nunca vinieron en la caja. Defecto de fabricación.

Y aun así te quedaste, aunque solo fuese un tiempo, hasta que descubriste que era un laberinto sin salida, con demasiados sin-respuesta.

Una muñeca en el viejo desván, acumulando polvo. Con su vestido impoluto y zapatitos brillantes.

Aquel juguete al que nadie quiso dar vida…

Un balón pinchado, un teléfono sin teclas, un parchís sin fichas… Fantasías extraviadas.

Juega, rompe, arregla, cuida… vive. Pero no abandones a la suerte, nunca.


Laissez-moi être partie de ton malle de mémoires.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Réalité.


Alguien me dijo una vez que la tristeza es la esencia del alma. Tenía razón.

Vivimos a través de estímulos dolorosos, lloramos lágrimas amargas y saboreamos besos ácidos.

Damos, pero nunca recibimos.

Tomamos lo que queremos de la realidad, pero luego rehusamos de ella. Somos hipócritas. Nosotros somos la sociedad. Si algo es como es, es consecuencia de nuestros actos.

De nosotros mismos. Nos encerramos y nos negamos a ver la realidad. Porque implicaría cambiar, y no queremos cambiar… ¡qué lo hagan los demás!

Solo somos un conjunto de corazones rotos, demonios vivos y mentes nubladas.

Escasas como las perlas del mar son las personas que sepan convivir con la angustia y la desazón.

Que se sepan libres aun sintiendo los grilletes clavarse en su piel. Humanos entre el gentío de la desolación.

Liberando su alma hacia una onírica utopía, alejada de las vicisitudes de la ordinariez.


Volando, traspasando las fronteras de la razón.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Soldadito.



Podría acabar con todo de un simple plumazo, como si solo se tratase de un conjunto de palabras incoherentes que no llegan a convencerme en la historia de mi vida. Un tachón sobre ellas y todo arreglado.

Ojalá el amor fuese así de sencillo.

Yo era tu bailarina, aquella que giraba en torno a ti, sonriendo, deseando que la acompañaras en su danza cotidiana. Tú, mi soldadito de plomo, impasible ante los demás, pero con tu corazón en tu mano dispuesto a entregármelo.

Me has dado tu mano y has decidido permitirme este baile. El ritmo es sencillo de seguir, al menos al principio. Poco a poco se complica, el ritmo aumenta y se vuelve algo frenético. Tus pies trastabillan, pierdes el equilibrio y rápidamente te ves en el suelo.

Me miras y yo sonrío, te ofrezco mi mano y la tomas. Volvemos a intentarlo. Una y otra vez.

Veo cómo te haces, mientras yo permanezco ilesa. Mi corazón se rompe a pedazos cada vez que te veo llorar de rabia e impotencia. No entiendes que haces mal y deseas con fervor poder terminar la canción.

No puedo verte sufrir, cuando sé que otro baile te iría mejor. Algo menos complicado, algo menos yo.

Es la última vez que te levanto y tomo tus manos. Mi agarre va aminorando lentamente. Enseguida lo percibes y no sabes muy bien cómo actuar. Yo no quiero hacerlo, ojalá no tuviese que haber tomado esta decisión que me lleva a alejarme de ti. Pero, sé, que es lo mejor para ti.

Porque te curarás de las heridas, y podrás seguir luchando batalla tras batalla sin ninguna distracción.
Sin embargo yo, me retiraré de la pista de baile. No sé bailar sin acompañante. Haré que la orquesta guarde silencio en honor a nuestro amor fallido y observaré desde la trinchera la guerra que disputan entre sí, el amor y la razón.


Sin vencedor.

martes, 3 de diciembre de 2013

Jeu

           

 Y me imagino entre sus brazos, recostada, oyendo sus fervientes latidos… y me pregunto si alguna vez se acabará.

Si esos ojos verdosos algún día me abandonarán, si sus labios borrarán los míos con otros. Si los trazos de mis dedos sobre su cuerpo desaparecerán.

Tengo miedo a perderle, pero no sólo a él, sino a todo lo que ha traído consigo. Las sonrisas, la felicidad…el amor. Porque es amor; ese deseo de despertarte en su cama, confusa, somnolienta y despeinada. Ese vuelco de corazón cuando buscas su mirada entre la multitud y esas sonrisas mientras nos miramos, embelesados, preguntándonos: “¿Qué haría yo sin ti?”

Compartir tus miedos, obligaciones y responsabilidades con él te hace más fuerte, te permite conservar las ganas de seguir luchando contra el mundo.

Las palabras de aliento, de cariño; tus manos sobre sus mejillas, limpiando sus lágrimas de impotencia y decepción. Los te quiero no dichos con palabras, porque no son necesarios.

No puedo evitar sonreír cuando pienso en el porvenir. ¿qué será de ti y de mí? ¿Me amarás o te habrás cansado de mí?

Podré tener el mundo bajo mis pies o hallarme bajo él,  aplastada por su peso.

No me desagrada pensar en una vida entera junto a ti, adoro esa idea. Llegar a lo más alto contigo a mi lado, compartir nuevas experiencias y superar los obstáculos que la vida nos ponga, de tu mano.

Eso es amor, y quiero sentirlo, poseerlo, mantenerlo en mi memoria hasta el fin de mis días. Es un tira y afloja constante… y yo no tengo fuerza alguna. Así que necesito que tires fuerte de la cuerda.


¿Juegas conmigo?

domingo, 1 de diciembre de 2013

Para ella.


Para ella:

Espero poder entregarte esta carta en mano, que los años hayan pasado y tú continúes a mi lado, tan hermosa como aquella joven muchacha de la librería que no alcanzaba a Goethe, y aún me sigo preguntando ¿cómo una chica tan bonita, qué podría tener el mundo bajo sus pies, se conforma y se lame las heridas con Werther? , ¿Cómo alguien como tú no busca su propia historia de amor, esta vez con una final feliz?

Aún recuerdo, como tu cabello sacudido por el viento de noviembre te ofuscaba porque no te permitía hablar con toda la claridad y rapidez que quisieras. Yo sinceramente no prestaba atención a tus palabras, eran tus labios los que me tenían hipnotizados. De un color amelocotonado, brillando ante la atenta luna de la cosmopolita avenida.

Quizás yo me enamorase antes de ti, y fuese ese tipo de idiota que aparece en todas las comedias románticas obsesivo que persigue a su enamorada hasta el fin de sus días.  Pero no es hay adonde quiero llegar, tienes que perdonarme por mi incorrecta expresión, tú tan acostumbrada al exquisito estilo de Shakespeare, que esto se te asemejará a uno de esos panfletos de propaganda  que dejan en los parabrisas de los coches.

Lo que me gustaría expresar con todo este lío de palabras, es cuán importante eres para mí y cuán infinito es el amor que siento hacia ti.

Quizás nunca te imaginaste “acabar” con alguien como yo, tan sencillo y simple. Con ese humor tan particular, como tú le llamas y ese carácter tan vehemente. Lejos del ideal.
Solo espero que nunca te canses de mí, y tus ojos verdosos  chiribitéen solo para mí   durante las madrugadas más fogosas…



No pudo seguir leyendo, las lágrimas le nublaban la vista y le impedían leer con claridad. Dejó la carta donde siempre, en aquella pequeña cajita de su tocador y se preguntó cómo cada día, si aquello era lo correcto.

Si realmente no debía estar él tras de ella, agarrándola de la cintura mientras desayunaban y reían en la terraza. Aunque quizás no se hallasen en esa hermosa terraza con  vistas al mar, sino no en un simple y arcaico apartamento del extrarradio. Él, a su lado, abrazándola cuando la ansiedad y la presión no la permitiesen conciliar el sueño. Esperándola a la salida de la universidad, empapándose a la salida de sus conferencias, porque dentro roncar no está bien, dándola a probar esa comida basura que sus padres jamás la permitieron… Siendo feliz.

Sin embargo le dejó marchar, le arrancó el corazón guardándolo en su cajita de nácar junto a sus palabras. Y ahora ella estaba viviendo la vida que toda mujer querría, la que sus padres esperaban para ella. Llorando en silencio, añorando esos ojos verdes todas las noches.

Él, que le enseñó a valorase, a tomar sus propias decisiones…que la hizo sentirse libre y útil por primera vez. Todo aquello no había servido para nada. Ella quería huir de su destino, de todas las decisiones que nunca había tomado bajo su iniciativa, y al final había retornado al punto de partida. Era como alcanzar el Nirvana y luego descender de nuevo a la realidad.

Necesitaba huir de todo aquello, de una realidad que no le pertenecía… ¿dónde estaría? ¿Seguiría acordándose de ella? ¿La amaría? ¿Habría encontrado su lugar? ¿Entendería el porqué de su huida? Demasiadas preguntas.

Salió a la terraza a tomar el aire, tomó una de las sillas y se situó al borde, junto a la baranda. Sacó un cigarrillo y lo encendió, aspiró el humo y saboreó la Angustia.

Estaba tan agotada, tan rota… cansada de los lujos y las miradas vacías. Había abandonado el último año de carrera para casarse con aquel niñato pretencioso de cartera llena. Permitió que sus sueños se esfumasen mientras celebraba brunchies para recaudar fondos. Nunca había tenido hijos, eso “estropearía su figura” decían. Entonces… ¿qué estaba haciendo?

Dio la última calada y lo tiró más allá de la barandilla. Observó cómo caía y caía, lentamente, colapsando contra el suelo, con las cenizas esparramadas a su alrededor.

¿Caería ella con tanta elegancia?
Con una gracilidad infinita, cayendo en picado, desapareciendo entre el aire. Es como a ella le gustaría despedirse de la realidad.





13 de diciembre 2013:
Un trágico suceso ha conmocionado a la población de Bargème, la joven Camille Eluchans, esposa del famoso emprendedor en el mercado bursátil, Jacques Eluchans ha sido encontrada sin vida en su residencia veraniega.
Varias fuentes indican que nos encontramos ante un suicidio, pero la policía aún no se ha manifestado sobre lo ocurrido.
Algunos de los empleados de hogar han señalado que




Arrugó el periódico y lo tiró a la chimenea. No quería creer lo que acababa de leer. Era cierto que llevaba años sin verla, desde aquel día que se levantó y ella no estaba a su lado en la cama. Creyó que estaba dándose una ducha pero el baño estaba vacío, la buscó en la cocina pero ningún olor provenía de ella así que descartó la idea. Aún recordaba donde había encontrado su carta de despedida. Demasiado doloroso volver a recordarla.

Sintió como la presión de aquel día volvía de nuevo a él. Los llantos, la rabia… todo volvía a desmoronarse.
-¿Qué pasa papi?- preguntó una alegre niña recién levantada, con su pijama arrastrando y sus rizos completamente desordenados se sentó sobre su regazo esperando su beso de buenos días.

-Nada cariño, vuelve a la cama con mamá, yo tengo que ir a hacer un recado.

La niña obediente se bajó y se dirigió a la habitación de sus padres, él mientras tanto tomó las llaves del coche y la chaqueta y abandonó el apartamento.

Más tarde le mandaría un mensaje a Sofía y le explicaría dónde estaba; ahora lo importante era encontrar algún vuelo hacia Francia.

El viaje se le había hecho largo, la discusión con Sofía soporífera y  cotidiana, no le sorprendería en absoluto que a su regreso no le encontrase en casa, ni a ella ni a la pequeña Lulú.

Pero ahora mismo nada de eso le importaba, tenía que verla, verla por última vez. Había leído mientras esperaba la salida del vuelo que el funeral se celebraría en el pueblo al día siguiente al mediodía. Si se daba prisa llegaría.

 Llegó a Bargème exhausto y sin un centavo.  Había gastado todo el dinero que le quedaba en pagar el taxi que le trajo hasta el cementerio y en comprar un pequeño ramo de flores para ella.
Siguió el camino empedrado buscando alguna ceremonia funeraria, o una cara conocida, incluso la de aquel cabrón le sería útil. Sin embargo no encontró a nadie, estaba vacío y estaba anocheciendo.

No había llegado a tiempo para despedirse, para verla por última vez. Desesperado tiró las flores y salió de allí.

Necesitaba tiempo, tiempo para asimilar que el amor, su verdadero amor se había marchado y no volvería jamás.


Cette urgence intérieure, comme une fleur, un festin. Cette chose qui me prend et qui rampe comme un serpent. Ce n’est pas la mort ; mais mourir résoudra son pouvoir. Un stylo désespéré m’échappe de la main. C’est dans une chambre minable qu’ils me découvriront, sans ne jamais savoir mon nom, ni mon propos, ni la valeur de mon évasion.