Las hojas crujían más de lo
habitual, o quizás ella estuviese más perceptible esa tarde. Ya no había luz, y
el agua corría por su rostro, el aire zarandeaba su cabello de un lado para
otro enredándolo más si eso fuese posible.
Se habían despedido con un beso
en los labios, cálido y húmedo, con sus lenguas jugando en sus bocas y sus
manos aferrándose el uno al otro.
Ella con su cabeza en su pecho,
deseando no tener que separarse, y él estrechándola, absorbiendo su aroma a
vainilla.
Un souvenir inoubliable.
Pero ella tenía que volver,
regresar… para algún día volver. Las lágrimas empezaron a surgir, ella no
quería que la viese y se apartó bruscamente, con la manga del jersey se enjuagó
las lágrimas y respiró hasta calmarse. Una mano se posó sobre su cintura y la
giró, cual bailarina, y la alzó, situándola sobre un pedestal de hormigón.
Recorrió su tersa mejilla con delicadeza, borrando el camino que las lágrimas
habían trazado… nada corrompería la belleza de su Ángel.
Besó su frente, su nariz, sus
mejillas y por último sus labios, deleitándose en ellos, lentamente,
recorriéndolos con suavidad, mordiéndolos, haciéndola rabiar como él solo
sabía. Bajó hasta su cuello, y comenzó a lamer y chupar… los suspiros de ella
iban cada vez en aumento, si él no paraba ahora ella no sería capaz de
contenerse.
Le apartó, no era el momento ni
el lugar, estaba oscuro, hacía frío y llegaba tarde. Y él lo sabía, y eso era
lo que más le molestaba, estaba jugando con ella.
De un salto, se situó a su
lado, y con un leve movimiento de pies besó su mejilla y se marchó.
Su chaqueta seguía oliendo a
ella, seguramente hoy su cama, ahora deshecha (debería hacerla antes de que sus
padres volviesen a casa) fuese testigo de una noche en vela, pensando en ella.
Ella y sus ojos selva, sus carrillos sonrojados y abultados, de sus curvas
escondidas entre tanta ropa innecesaria. Y de esa sonrisa capaz de iluminar el
cielo más cubierto de noviembre.
Aún podía sentir su pequeño
cuerpo sobre el suyo, como había apartado la mirada cuando él se había deshecho
de su camisa, al igual que una niña pequeña, leyó el miedo en sus ojos, miedo
al siguiente paso y a decepcionarle.
Él se acercó a ella y la
abrazó, transmitiéndole todo el amor que sentía por ella, su confianza, su
placidez…su alma.
Se quedaría con ese recuerdo,
ahí bajo la luna, mientras volvía a casa, con su mirada y su temor, para no
olvidar jamás todo lo que le debía, todo lo que ella era para él.
Et
si je garde en moi toutes les blessures du passé c’est pour me rappeler tout ce
que tu as fait pour moi…
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