Estimadas voces de mi cabeza:
No sé si se acuerdan de mí, soy aquella muchacha, la morena que tiene
que dar la cara por ustedes, todos los días, a todas horas. Soy a la que se dedican
a manipular a altas horas de la madrugada. Aquella a la que le dicen mediante
bostezos y máculas sobre sus ojos que la hora de soñar se acerca. Pero que
luego, una vez entre las sábanas, dispuesta a entrar en el letargo de sus
ensoñaciones, ustedes; damas y caballeros tienen la descortesía de dar comienzo
sus ávidos debates respecto al transcurso de mi vida.
Supongo que a pesar de los millares de reproches que podría hacerles en
relación, ustedes poseen el mayor contraargumento válido para cada uno de
ellos, sin excepción. Así que me abstendré de enumerárselos uno por uno.
No obstante, no me dirijo a sus
eminencias con afán de reproche. Al contrario, les escribo para implorarles que
cesen su continua actividad en mi perturbada mente. Despiertan a los monstruos
de sus jaulas, les inquietan, alteran su ánimo y les empujan a la huida.
A continuación, ustedes se asustan, de repente cesan sus charlas y vuelven
a sus rincones a meditar. Sin embargo el mal ya está hecho; los monstruos
quieren jugar.
Y entonces soy yo, la chica de débiles reflejos quién debe enfrentarse a
ellos. Explicarles que no son horas para jugar, que ya soy muy mayor para
formar parte de su entretenimiento, aunque en realidad lo que ocurre es que
temo lo que puedan arrebatarme tras su marcha.
Con lo que, una vez expuesto los hechos y sin más dilación me dispongo
concluir con mi demanda.
Estimadas voces de mi cabeza les suplico con fervor que busquen otro lugar
en el que mantener sus efusivos coloquios. Me han dicho que centímetros más abajo
hay un corazón habitable, quizá allí tengan más suerte y no haya nadie que les
escuche.
Atentamente, y deseándoles lo mejor en esta vida.
Aquella del reflejo.
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