Los años han transcurrido sin parar a descansar, sin
pausa han seguido su camino. En ellos, nuevas esperanzas han resurgido entre
las cenizas y nuevos sueños han visto la luz. Lágrimas de felicidad e ilusión
se han derramado, sonrisas sinceras han adornado rostros antes desolados y
solitarios.
El tiempo cura más que el Sol.
Sin embargo con el tiempo observamos cómo hemos
desperdiciado grandes oportunidades, cómo hemos echado a perder algunos de
nuestros sueños, y que estos, nunca volverán.
¿Quién le devolverá a aquella niña su sueño de ser
bailarina? ¿Quién devolverá su sonrisa mientras giraba al son de Tchaikovsky? Han pasado los años, y
aquella niñita de ojos soñadores, grandes y brillantes es ahora una mujer, o al
menos eso intenta. Con una taza de chocolate caliente entre sus manos,
acurrucada junto a una manta sobre su silla frente al ordenador, escuchando a
Débussy se pregunta si debió haber perseguido aquel sueño, si debió de haber
seguido adelante y no haberse rendido, quizás tenía ese talento del que tanto
alardeaba su profesora. Pero era tan pequeña… tan joven para saber si valdría
la pena sacrificarse, si realmente estaba hecha para aquel mundo.
Arte, espectáculo, danza… Ballet.
Ahora se conformaba con oír la música de fondo que la
incitaba a bailar y colocarse en primera posición, se conformaba con explicarle
a los demás que ella colocaba así las piernas y los pies por culpa del ballet;
era lo último que le quedaba de aquel majestuoso arte. Eran sus últimos
resquicios. Una época dorada, ahora en
declive, sin sueños establecidos ni metas fijadas. Una mirada al pasado para
poder observar que hizo mal y recuperar la esperanza.
Una última oportunidad para que no existan los sueños
rotos.
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