El sol ya está ocultándose y me regala sus últimos rayos,
a mí, solo a mí, su resplandor me ciega cuando intento observar más allá de las
rejas de mi ventana, me siento como un bello fénix encerrado en una jaula que
ni siquiera es suya, que no le pertenece, que no es de aquí…
Inundada por la vainilla, con una camiseta ancha de GNR hasta
un poco más de los muslos salto sobre mi cama y le doy al play.
Las lágrimas vuelven a querer irse de mis ojos, a
convertir su selva en hermosas esmeraldas teñidas de dolor y sufrimiento.
Esas miradas recriminándome existir, analizándome y
observando como mi sonrisa se desvanece poco a poco. El tiempo se detiene y el
frío me invade por completo, me siento débil, tengo miedo. Mucho miedo.
No quiero estar aquí, adentrándome en una pesadilla pero
que esta vez es muy real y puedo sentirla bajo mi piel, apunto de devorarme.
Con los complejos y las inseguridades envolviéndome no
respiro bien, el aire es pesado, mis labios están agrietados y el peso me pesa
más de lo habitual. Solo debo ser fuerte, aguantar, sonreír… todo irá bien ¿no?
Se acerca el invierno y con él mis miedos, la Oscuridad
natural, las manos frías y el corazón helado. Todo se romperá, para siempre.
¿Qué hago si el miedo se apodera de mí?
Sobrevivir.
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