Es doloroso
observar como el mundo se cae a pedazos sin que tú puedas evitarlo. Acordes de
piano de fondo acompañan el teclear de mis dedos… Las lágrimas quieren
deslizarse, quieren rellenar el silencio acumulado. Pero no son capaces, no
destilan felicidad, ni esperanza.
Se acabó… el
tiempo se ha parado. Estoy luchando contra la Nada, contra un futuro incierto, que
no sé qué nos deparará. Y tengo miedo a arriesgar lo poco que me queda y a
perder. Ahora todo es tan perfecto, tan hermoso… y sé que se irá. Y me dejará aquí sola, sin nada a
lo que aferrarme, sin nada por lo que luchar.
Estoy
cansada de sonreír y actuar, de ser fuerte y dar ánimos y esperanzas a los
demás cuando yo estoy desquebrajada por dentro. De luchar por mí y los que amo.
Con los ojos ardiéndome y la garganta seca subo el volumen de la música como si
así pudiese alejarme de la realidad y mi habitación me condujese a un
salvoconducto hacia la libertad de mi alma.
Pero no es
así, sigo aquí, con las piernas sobre mi silla, un flexo iluminando
directamente mi rostro y un silencio adornando las paredes azules. Quieta,
mirando fijamente al frente con la mente dispersa, en otro lugar, muy lejos de
aquí, de estas cuatro paredes. Volando.
Hacia la
tierra prometida, aquella en la que el tiempo se ha parado, donde soy feliz…
para siempre. Hermosa, delicada, elegante, rodeada de cultura y sensaciones
únicas. Disfrutando de los pequeños momentos y los míseros detalles, del olor a
café por la mañana mientras me enredo entre las sábanas buscando unos minutos
más de sueño. De la textura de tus labios sobre los míos mientras me deseas un
buen día. De sus delicados brazos rodeándome y su inconfundible aroma a coco
entre sus rizos. De su hermoso vestido rojo cedido generación a generación que
parece hecho a mi medida. Y esas botas militares algo grandes de cuando estuvo
en el ejército. Todo es tan perfecto allí, entre libros, besos y risas.
Mi paraíso,
lejos de mi alcance, que nunca podré alcanzar, que se aleja cada día más y más,
porque todo un día se irá. Ella se irá, con un pedazo de mi corazón y mi
sonrisa. Él me abandonará, llevándose mi alma y mi inocencia.
Y ellos…
ellos seguirán pero sus miradas hacia mí no serán igual, no me querrán igual,
les habré decepcionado. Y cuando ese día llegue yo ya no seré nadie, no tendré
lugar en este mundo. La partida habrá terminado. Entonces tendrá cabida aquel
trozo de cristal escondido en el baño, cerca de la bañera. Pero hasta entonces
solo me queda esperar y suplicar porque ese día jamás llegue.
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