Las luces de los rascacielos
Perdiéndose entre los cielos
Volando, buscando un Dios
que apacigüe el dolor de aquellos
quienes están sumidos en el Caos.
No seáis ilusos
No hay ningún Dios
Dispuesto a ayudaros.
Solo demonios aullando
por nuestros recuerdos, luchando.
Con las garras extendidas, unidos
ante nuestra caída, preparados.
Listos para rasgar nuestro interior
en busca de algo demoledor
que pueda
arrancarnos el corazón
sin el más mínimo desazón.
Voces inteligibles a altas horas de la madrugada,
en algún recóndito lugar de esta ciudad
encantada,
perdida ante la inmensidad de las estrellas
doradas
acurrucada entre cajas desechadas
en un callejón como su laberinto, sin salida.
Quiragra decolorando la sangre de sus brazos
esperándole, aguardando ser otra vez amados
ocultados por la Oscuridad
de la poderosa gran ciudad.
Testiga anónima de sus amor marchito
roto por palabras baladíes
y las murallas inexorables
que
buscaban alcanzar el infinito.
Destruida por desamor
y cosida a jirones
intentando dar el color
a sus viejas pasiones.
Echó a andar por las calles de la ciudad
en busca
de la codiciada verdad
cómo y
cuándo se pregunta
sabe que no habrá respuesta.
Más no se rinde ni desespera,
su marcha no se desacelera.
Aunque no sepa lo acontecido
el camino ha de ser recorrido
aun siendo angosto y sinuoso
el futuro está allí, escondido.
Las sombras querrán privarte de tu libertad
con la vil excusa de aclarar la realidad.
No son más que miedos escapados
de nuestras vidas apoderados.
Sus intenciones no han de cegarte,
ni han de recluirte en tu baluarte.
Las lágrimas que derrames han de ser de alegría
durante el resto de nuestros días, vida mía.
Deja de esconderte en el desgastado rincón
de tu mísera y recóndita habitación.
Hora de levantarse y alzar el vuelo
sobre los decrépitos cirüelos
que adornan el valle sumido en hielo.
Las alas abre para los cïelos surcar
pintadas de astros, desordenadas por la mar
al dulce volateo huyendo de cadenas
que no te han sabido amarrar, has de escapar.
Yaces lejos ahora, en otro lugar
buscando, la paz que no te supe dar.
Lamento haberte dejado ir,
nunca más te oiré reír.
Ni tú, ni tus besos en la Oscuridad
de esta, nuestra curïosa cïudad.
Las luces de los rascacielos,
perdiéndose entre los cielos
junto a los besos olvidados
que no serán recordados.
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