-No
me dejes caer.
-¿Acaso
crees que podría?
Silencio,
impregnado en una atmósfera cargada de relámpagos entre los susurros del viento.
Sus brazos caídos en sus costados, saboreando la dejadez del tiempo.
Se
dejó caer sobre el suelo, de un golpe seco y sórdido. Con las piernas
balanceándose al borde del terraplén. El otro chico se sentó a su lado y le
tomó de la mano. Ambos se miraron y sonrieron. Qué difícil era alcanzar la
felicidad.
- - Yo a veces también
tengo miedo a ser quien soy en realidad. También temo que los demás me juzguen
por mi amor, nuestro amor. Pero cuando estoy contigo, como ahora, cuando te
miro a los ojos sé que esto es lo correcto. Y no voy a permitir que nadie te
haga dudar de ello.
Sus reconfortantes palabras nunca llegaron a llenarle,
ni lo más mínimo. Pero aquella pasión que denostaba cada una de sus palabras,
la fuerza en sus ojos y el coraje diario de Nathan para enfrentarse a los
temores tanto a los propios como a los suyos, consiguió que a pesar de que el
cielo estaba encapotado, el día se había vuelto bonito.
Y con ese pensamiento, se acercó a él, tomó su mano y
le besó.
Felices, momentáneamente, se levantaron del suelo y se
marcharon. Dejando atrás un demonio menos con el que lidiar (espero).