En
mi mente hoy era un día soleado, día de vestidos con lazos y moños
improvisados. De sonrisas cálidas, casi tanto como la brisa entre los cerezos.
De paseos a medianoche bajo la mirada de la que algunos denominan “ciudad”.
Sin
embargo llueve, corre el frío y el veloz viento se ha llevado mis ilusiones de
hoy. El vestido de graduación me espera en el armario, sabe que ha llegado el
día de abandonar todos los años de dolor y sufrimiento que he pasado en ese
centro.
Han
pasado seis años desde que entré por aquella puerta blanca, puerta, que hoy, no
se cierra y a la que nadie hace caso. Ojalá viniese algún cerrajero competente
y me ensañase a cómo hacerlo con la mía propia.
Recapitular
es un acto de madurez y reflexión, lo he hecho. Y he pasado la noche llorando.
Gimoteando
porque en el fondo nada ha cambiado. Sigo siendo aquella niñita completamente
insegura de sí misma, asustada ante las miradas de los demás, engañándose,
creyendo que nunca podrá conseguir aquello que anhela.
Volveré
con mi vestido, volveré con lágrimas en el corazón y la almohada volverá a ser
testigo de la caída.
¿Sabes?
Ayer volvieron mis demonios, con más fuerzas que nunca. Llevaban tanto tiempo
sin verlos, sabía que estaban ahí. Notaba su presencia. Pero ayer me hablaron,
me dejaron claro que la felicidad no puede figurar entre mis objetivos, que
ellos son los que mandan y que solo me queda…escribir.
Aunque
sea poco, mal, o de manera dolorosa.
Escribir.
Esto
es el fin de una etapa, para siempre. No pretendo borrarla de mi vida, que si
desterrarla hasta que esté preparada para afrontarla con una sonrisa. Pero, hoy….hoy
no es el día.
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