Mis versos jamás podrán
capturar la belleza de tus ojos, ni el rápido aleteo de aquellas pestañas que
viajan, raudas, hacia el amanecer de un nuevo día.
No puedo mirar tu rostro sin sentir como mi corazón se para,
apenas unos segundos, porque me has
regalado tu primera sonrisa matinal. Y sin
embargo no puedo escribirte como si de
otra de mis musas te tratases, a pesar
de que en mi sueños solo estemos tú y yo; susurrándonos promesas de amor.
Y no puedo ser quién te tome de
la mano mientras observas la ciudad diluirse en la oscuridad, porque mis
recuerdos siguen atormentándome día a día. Ella sigue sin querer marchar de mi lado.
Y yo no puedo dejarla ir hasta
que mis labios no dejen de saber a los
suyos. No se alejará de mi inconsciente mientras no deje de perderme entre lágrimas que juré no
derramar.
Temeroso de escapar de un pasado que solo hiere me hallo estático,
dejando correr el tiempo.
Desaprovechando la oportunidad que me brinda la impericia de la
juventud.
Te imagino entre mis brazos, recostada, oyendo
mis fervientes latidos… y me pregunto si alguna vez se hará realidad.
Pero es el miedo a que tus
labios no curen mis heridas lo que me
impide besar tu frente, tu nariz y tus mejillas. Por último tus labios,
lentamente, recorriéndolos con suavidad.
Quizás no esté preparado, puede
que sea un sentimiento demasiado grande para alguien a quién le robaron las
ilusiones.
Tal vez quiero comenzar un
juego al que no sé jugar, en el que tengo todas las de perder; una vez más.
Mas la postergación de la verdad es mi única evasiva
de la realidad. Así que permito que las horas corran hasta detenerse en seco
sobre el borde del abismo… O saltas o te vuelves. Ya no hay salida, es el
momento… tú decides.
Las lágrimas sin derramar están
quemando por dentro, los sentimientos atrapados en mi corazón están agujereando
mis esperanzas y mis demonios de nuevo están haciendo de las suyas en mi
enfermiza mente. ¡Páralos! ¡Para todo y déjame marchar!
Permíteme olvidar tu castaño
cabello cayendo sobre tus hombros, concédeme arrinconar tu sonrisa debajo de la
cama y dispénsame, amor mío, de nuestros
ensueños delineados a la luz de la luna.
Algún día hallaré la osadía en
mis palabras y te las haré entregar una a una.
Te miraré a los ojos, ininteligibles y opacos. Te rozaré las mejillas y
susurraré tu nombre a modo de suspiro, para que solo tú seas conocedora de mí
querer.
Quizás entonces el desconsuelo
de mi espíritu se disipe bajo el calor de tu mirada, derritiendo la tristeza e ingratitud que un día Ella dejó al marchar.
Más nunca lo sabré, puesto que jamás
tuve el coraje suficiente como para hacértelo saber. Me conformé con tu
amistad, cálida y sincera a lo largo de los años. Me resigné a hacerte reír, a
escucharte llorar ante las vicisitudes que el destino puso en tu camino. Luché
ante mis ansias de besarte cada día, siempre a la misma hora, cuando tu mano
rozaba mi hombro en modo de despedida hasta la próxima vez. Imploré, quién a
sabe a quién, porque en cualquier momento advirtieses todo lo que eras para mí.
Pero para mí desgracia solo fui
un mero observador de tu belleza y ternura. Siempre unos metros más atrás,
observándote. Contemplando como tu figura se disipaba entre la multitud,
alejándote cada vez más de mí.
Aún recuerdo la última vez que
nos vimos, solo han pasado unos meses, mas no puedo evitar añorar el aroma de
tu piel; dulce y embriagador, la perfección de tus labios al moverse, el
resplandor de tu melena bajo la luz del sol. Revelando lo que será tu eterna presencia en el desamparo de mi
existencia.
Es por ello que me deleito con
palabras exentas de valor alguno, que no narran nada más que lo que pudo haber
sido pero que jamás ocurrió. Únicamente
párrafos rebosantes de emociones
malgastadas, recluidas en su confinamiento interno que esperan a ser liberadas
con el fin de degustar la acescencia del
amor.
Pues, ¿qué es el amor si no más
que un acto obstinado y ávido de atención?
Rebosante de deseos e ilusiones. Desprovisto de esmero y precisión.
Y nosotros, enamorados, solo somos desdichados títeres
movidos bajo el afán de transcendencia de nuestros corazones. Ejecutando otro papel más en el melodrama de
los sentimientos. Cuyo final no es más que una triste despedida entre los
versos de un poeta malherido que cura sus rasguños con letras oxidadas y
recuerdos edulcorados.
Todas las despedidas son tristes, una pequeña muerte
Pero esta no tendrá sepelio, hasta pronto, buena suerte.