A veces todo le venía grande, a veces sus miedos se
apoderaban completamente de ella y sobre todo, a veces… a veces nada tenía
sentido.
Se ocultaba entre rápidos parpadeos y feroces principios
morales, entre las páginas de los libros y los acordes de un piano mientras sus
pies la pedían bailar…la suplicaban bailar.
En su interior, en aquel que nadie veía (o que ella no
permitía que viesen), le hubiese gustado ser artista.
¿Dónde quedaban sus
tardes de verano en las que el vuelo de su vestido subía hasta su cintura
mientras ella giraba al son de la música y de sus labios se escapaban estrofas
sueltas de su canción favorita?
¿Dónde quedaban las acuarelas gastadas y los pinceles rotos
(desgarrados de la pasión que destilaban cuando ella trazaba sobre el folio)?
¿Y las tardes en las que adoraba tomar su cámara para inmortalizar el
nacimiento de las rosas de su jardín?
La artista había muerto. O se había marchado a perseguir su
sueño.
Puede que un día, volviesen a encontrarse. Se sonriesen,
asintiesen con su cabeza y cada una siguiese su camino, otra vez.
No sabía por qué, pero ella no se había marchado del todo.
Sus pies seguían moviéndose al son de una canción imaginaria mientras sus dedos
tecleaban sobre la calculadora. Sus labios, seguían susurrando bellas letras de
amor mientras su cabeza se perdía entre análisis económicos. Era un sinsentido.
No quería abandonar ese pedazo de libertad que el arte le
otorgaba, pero tampoco podía vivir sin la racionalidad que aquellos libros le
concedían cuando se hallaba sumamente perdida entre sus confusos sentimientos.
Solo necesitaba no mezclarlos, saber cuándo y cómo, qué y
por qué. Retomar los fragmentos de su corazón e intentar pegarlos (por muy dispares
que fuesen) con algo más potente que lo de la última vez.
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