La
noche se ha vuelto de nuevo eterna, y aunque solo esté nublado por dentro
existe una gran posibilidad de precipitaciones en torno a las cuatro de la
madrugada, cuando el corazón vigila el turno de noche y está somnoliento porque
necesita que la razón le revele para descansar al menos unas horas.
He
sentido mis demonios flotar sobre mi cabeza, ocultos entre los versos de tinta
que acicalan las frías paredes de mi habitación. Pero esta vez no tenía miedo,
sino que sonreía. Porque quizás hayan pasado de ser mis demonios a ser unos
simples recuerdos que provocan melancolía.
O
hayan traspasado la frontera de los sueños y ahora pululen por el área limítrofe
entre la realidad y la ficción, entre la locura y la cordura. Y puede que ahora
esté inversa en una de mis quimeras, una de esas que habitualmente no tienen solución, o puede ser que esto sea la realidad, mucho más inverosímil de lo que
me esperaba.
A lo
mejor los sueños no son tan mal lugar al fin y al cabo…
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