Para ella:
Espero poder entregarte esta carta en mano, que los años hayan pasado y tú
continúes a mi lado, tan hermosa como aquella joven muchacha de la librería que
no alcanzaba a Goethe, y aún me sigo preguntando ¿cómo una chica tan bonita,
qué podría tener el mundo bajo sus pies, se conforma y se lame las heridas con
Werther? , ¿Cómo alguien como tú no busca su propia historia de amor, esta vez
con una final feliz?
Aún recuerdo, como tu cabello sacudido por el viento de noviembre te
ofuscaba porque no te permitía hablar con toda la claridad y rapidez que
quisieras. Yo sinceramente no prestaba atención a tus palabras, eran tus labios
los que me tenían hipnotizados. De un color amelocotonado, brillando ante la
atenta luna de la cosmopolita avenida.
Quizás yo me enamorase antes de ti, y fuese ese tipo de idiota que aparece
en todas las comedias románticas obsesivo que persigue a su enamorada hasta el
fin de sus días. Pero no es hay adonde
quiero llegar, tienes que perdonarme por mi incorrecta expresión, tú tan
acostumbrada al exquisito estilo de Shakespeare, que esto se te asemejará a uno
de esos panfletos de propaganda que
dejan en los parabrisas de los coches.
Lo que me gustaría expresar con todo este lío de palabras, es cuán
importante eres para mí y cuán infinito es el amor que siento hacia ti.
Quizás nunca te imaginaste “acabar” con alguien como yo, tan sencillo y
simple. Con ese humor tan particular, como tú le llamas y ese carácter tan
vehemente. Lejos del ideal.
Solo espero que nunca te canses de mí, y tus ojos verdosos chiribitéen solo para mí durante las madrugadas más fogosas…
No pudo seguir leyendo, las
lágrimas le nublaban la vista y le impedían leer con claridad. Dejó la carta
donde siempre, en aquella pequeña cajita de su tocador y se preguntó cómo cada
día, si aquello era lo correcto.
Si realmente no debía estar él
tras de ella, agarrándola de la cintura mientras desayunaban y reían en la
terraza. Aunque quizás no se hallasen en esa hermosa terraza con vistas al mar, sino no en un simple y arcaico
apartamento del extrarradio. Él, a su lado, abrazándola cuando la ansiedad y la
presión no la permitiesen conciliar el sueño. Esperándola a la salida de la
universidad, empapándose a la salida de sus conferencias, porque dentro roncar
no está bien, dándola a probar esa comida basura que sus padres jamás la
permitieron… Siendo feliz.
Sin embargo le dejó marchar, le
arrancó el corazón guardándolo en su cajita de nácar junto a sus palabras. Y
ahora ella estaba viviendo la vida que toda mujer querría, la que sus padres
esperaban para ella. Llorando en silencio, añorando esos ojos verdes todas las
noches.
Él, que le enseñó a valorase, a
tomar sus propias decisiones…que la hizo sentirse libre y útil por primera vez.
Todo aquello no había servido para nada. Ella quería huir de su destino, de
todas las decisiones que nunca había tomado bajo su iniciativa, y al final
había retornado al punto de partida. Era como alcanzar el Nirvana y luego
descender de nuevo a la realidad.
Necesitaba huir de todo
aquello, de una realidad que no le pertenecía… ¿dónde estaría? ¿Seguiría
acordándose de ella? ¿La amaría? ¿Habría encontrado su lugar? ¿Entendería el
porqué de su huida? Demasiadas preguntas.
Salió a la terraza a tomar el
aire, tomó una de las sillas y se situó al borde, junto a la baranda. Sacó un
cigarrillo y lo encendió, aspiró el humo y saboreó la Angustia.
Estaba tan agotada, tan rota…
cansada de los lujos y las miradas vacías. Había abandonado el último año de
carrera para casarse con aquel niñato pretencioso de cartera llena. Permitió
que sus sueños se esfumasen mientras celebraba brunchies para recaudar fondos.
Nunca había tenido hijos, eso “estropearía su figura” decían. Entonces… ¿qué
estaba haciendo?
Dio la última calada y lo tiró más
allá de la barandilla. Observó cómo caía y caía, lentamente, colapsando contra
el suelo, con las cenizas esparramadas a su alrededor.
¿Caería ella con tanta
elegancia?
Con una gracilidad infinita,
cayendo en picado, desapareciendo entre el aire. Es como a ella le gustaría
despedirse de la realidad.
13 de diciembre 2013:
Un trágico suceso ha
conmocionado a la población de Bargème, la joven Camille Eluchans, esposa del
famoso emprendedor en el mercado bursátil, Jacques Eluchans ha sido encontrada
sin vida en su residencia veraniega.
Varias fuentes indican que nos
encontramos ante un suicidio, pero la policía aún no se ha manifestado sobre lo
ocurrido.
Algunos de los empleados de
hogar han señalado que…
Arrugó el periódico y lo tiró a
la chimenea. No quería creer lo que acababa de leer. Era cierto que llevaba
años sin verla, desde aquel día que se levantó y ella no estaba a su lado en la
cama. Creyó que estaba dándose una ducha pero el baño estaba vacío, la buscó en
la cocina pero ningún olor provenía de ella así que descartó la idea. Aún
recordaba donde había encontrado su carta de despedida. Demasiado doloroso
volver a recordarla.
Sintió como la presión de aquel
día volvía de nuevo a él. Los llantos, la rabia… todo volvía a desmoronarse.
-¿Qué pasa papi?- preguntó una
alegre niña recién levantada, con su pijama arrastrando y sus rizos
completamente desordenados se sentó sobre su regazo esperando su beso de buenos
días.
-Nada cariño, vuelve a la cama
con mamá, yo tengo que ir a hacer un recado.
La niña obediente se bajó y se
dirigió a la habitación de sus padres, él mientras tanto tomó las llaves del
coche y la chaqueta y abandonó el apartamento.
Más tarde le mandaría un
mensaje a Sofía y le explicaría dónde estaba; ahora lo importante era encontrar
algún vuelo hacia Francia.
El viaje se le había hecho
largo, la discusión con Sofía soporífera y
cotidiana, no le sorprendería en absoluto que a su regreso no le
encontrase en casa, ni a ella ni a la pequeña Lulú.
Pero ahora mismo nada de eso le
importaba, tenía que verla, verla por última vez. Había leído mientras esperaba
la salida del vuelo que el funeral se celebraría en el pueblo al día siguiente
al mediodía. Si se daba prisa llegaría.
Llegó a Bargème exhausto y sin un centavo. Había gastado todo el dinero que le quedaba en
pagar el taxi que le trajo hasta el cementerio y en comprar un pequeño ramo de
flores para ella.
Siguió el camino empedrado
buscando alguna ceremonia funeraria, o una cara conocida, incluso la de aquel
cabrón le sería útil. Sin embargo no encontró a nadie, estaba vacío y estaba
anocheciendo.
No había llegado a tiempo para despedirse,
para verla por última vez. Desesperado tiró las flores y salió de allí.
Necesitaba tiempo, tiempo para
asimilar que el amor, su verdadero amor se había marchado y no volvería jamás.
Cette urgence intérieure, comme une fleur, un festin. Cette
chose qui me prend et qui rampe comme un serpent. Ce n’est pas la mort ; mais
mourir résoudra son pouvoir. Un stylo désespéré m’échappe de la main. C’est
dans une chambre minable qu’ils me découvriront, sans ne jamais savoir mon nom,
ni mon propos, ni la valeur de mon évasion.
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