Tic-tac, el reloj suena,
rompe el silencio de la habitación y acompasa los latidos de mi corazón. Los
minutos pasan, lentamente.
La estancia se torna
oscura, angustiosa, espeluznante. Minúsculas corrientes de aire atraviesan la
persiana y junto a ellas, los fragores de la noche traspasan el umbral de mis
sueños.
El cansancio y el
insomnio son malos aliados para combatir la calor. Ruedo por el colchón, esperanzada en encontrar la posición
idónea, una que me permita conciliar el sueño.
Somnolencia que no
tardaré en perder en efímeros instantes habiéndose convertido en algo habitual,
en rutina…
Y cuando esta insípida y
agobiante noche dé lugar a la luz del sol, todo volverá a ser lo mismo, mismos
horarios, mismos hábitos, mismos momentos de tiempo muerto, mismas horas
pérdidas… Todo igual, nada habrá cambiado.
Viviendo en un constante
lapso que se repite todos los días, que te quita las pocas ganas que te quedan
de levantarte de la cama y sonreír. ¿Para qué intentarlo si ya sabes lo que va
ocurrir? ¿Para que esforzarte en cambiarlo si es algo que no está en tus manos,
qué no tiene solución? O sí…
De nuevo vuelve esa
presión en el pecho que creía desaparecida, eliminada de mi vida… está aquí,
haciéndome compañía otra vez, y esta vez puede que para siempre. ¿Quién sabe?
De nuevo ese sentimiento
de vacío me ha acorralado, haciéndome suya una vez más, los nudos en la
garganta vuelven a ser frecuentes y las náuseas vuelven a mí.
El miedo a que la
oscuridad tiña el cielo persiste en mi cabeza de una manera enloquecedora, temo
el paso de las horas, temo que las agujas sigan corriendo… temo a la rutina.
Un pavor ensordecedor
nublando mi mirada, devolviéndome las lágrimas a mis ojos, arrebatándome de
nuevo la luz, esa que tanto me había costado conseguir. ¿Dónde están aquellos
ángeles que prometieron cuidar de mí? ¿Dónde están cuándo los necesito?
Quizás se hayan
extraviado, perdiendo el rumbo, sin saber hacia dónde dirigirse, hacia donde
volar con sus puras y frágiles alas. O quizás no merezca de su compasión, de su
benevolencia… y deba arder aquí, para siempre.
Con los labios secos,
agrietados por el sucesivo rastro de mi lengua sobre ellos y la garganta árida
a causa de las lágrimas nunca derramadas y los gimoteos atragantados. Raptando
mis palabras, llevándoselas hacia el oscuro abismo de mi alma, palabras que no
volverán, que jamás recuperaré.
Miro al cielo y la
oscuridad ya está aquí, ya ha pintado el paisaje, ya ha llamado a las sombras
que esta noche me harán compañía, que me cobijaran en su regazo hasta que la
rutina me lleve consigo y no me permita volver, nunca.
Llegará de nuevo el
momento de tumbarse en el espeso pero angosto colchón, llegará de nuevo el
momento de contemplar el impávido techo y llegará de nuevo el momento de
retorcerme entre las sábanas mientras suplico que llegue de nuevo la luz. Y así
volver a comenzar, como no, la rutina.
¿Existe alguna manera de
hacerla huir? ¿De hacerla irse, lejos, muy lejos de aquí? ¿De eliminarla
completamente de mi vida y qué no vuelva nunca?
No lo creo, la rutina es
un factor sumamente importante y condicionante para el bienestar de vida de una
persona, es necesario vivir con una rutina prestablecida, con unos hábitos que
procuren una estabilidad emocional, sin embargo hemos de ser cautelosos y no
dejarnos atrapar por la rutina, y que esta acabe con nuestras ganas de seguir
adelante.
Tout
dans sa juste mesure.