Me revuelvo por dentro, arcadas y mareos, dolor de cabeza
y de nuevo esa sensación de volver a hacerlo. Después de cada comida… subir las
escaleras, cerrar la puerta del baño, echar el pestillo y dejarme llevar.
No levantar sospechas, con cautela limpiar el
cepillo de dientes como si fuese atacarme en cualquier instante.
La garganta reseca sobre la taza del inodoro y los
gemidos incontrolados, la
presión te puede chica. Esa sensación indescriptible cuando sientes el
vacío en ti, cuando tu alma se escapa por tu boca y caes sobre las frías
baldosas recuperando el aliento.
No lo echo de menos pero a veces siento la imperiosa
necesidad de volver a sentir ese tipo de vacío (como si fuese menos doloroso
del que siento ahora) y continuar concluyendo que la vida es una mierda y a
nadie le importas nada.
Y las veo tan esbeltas en sus pitillos, con todos los
ojos sobre ellas y…duele. Saber que jamás seré así, que no formaré parte del
canon de belleza de esta hipócrita sociedad como no lo he hecho nunca, en nada.
Esta no es mi sociedad, mi vida… mi realidad.
El agobio y la ansiedad me colapsan nada más traspasar
las puertas del Infierno, saber que nunca seré suficiente, que sus miradas te
analicen… te hace cuestionarte si realmente lo estás haciendo bien o si solo
estás sobreviviendo como puedes día a día. Si quizás el pasado era la realidad
a la que pertenecías pero te has ofuscado en no seguir en ella.
Equivocándote, sin remedio ni vuelta atrás.
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