La verdad jamás me había dolido tanto, no era yo, sino
ella. Ella era la musa que le quitaba el sueño, a la que sonreía por las
mañanas. ¡Ingenua de mí! ¿Pensabas que alguien iba a quererte? Ella con sus
alas puras y cristalinas, delicada como el rocío al alba. Frágil y salvaje.
El dolor me ahoga, las palabras de amor se derriten en mi
paladar, pero su rostro sigue ahí, claro y conciso.
Me duele haber perdido el tiempo, haberme hecho sueños e
ilusiones, haber pensado que tal vez estaría ante el inicio de un nuevo
comienzo, pero otra vez me equivoco y vuelve a caer, otra vez.
Quiero llorar, quitarme todo el pesar que me invade, pero
las lágrimas de frustración no llegan. Lágrimas de desamor que me prometí no
saborear y sin ni siquiera haberlo podido intentar… ya asoman por mis ojos.
¿Irónico no?
Pero no es el que la elija a ella, sino la inseguridad
que ello trae consigo. ¿Acaso es imposible fijarse en mí? Por supuesto que lo
es, que pregunta tan estúpida. Ella es bella, grácil y esbelta como una pluma,
risueña con una sonrisa sobre los labios, femenina, delicada. Y tú tan…tan.
Esta experiencia solo ha servido para darme cuenta de que
no debo abandonar la máscara, poco a poco iba desprendiéndome de ella, con
delicadeza intentando no asustar a los de mi alrededor ni acobardarme en el
último momento. Pero no ha servido de nada, todos decían que me abriese, que me
dejase ir. ¿Para qué? ¿Para esto? Jamás.
Volvamos a la máscara, volvamos a ser fría, distante,
callada y recelosa. Sonrío cuando haga falta, lo suficiente para que nadie
quiera hurgar dentro. Nadie va a quererme jamás, para que engañarme, entonces
es mejor poner de nuevo la máscara, volver a ser su prisionera, quizás ese sea
mi lugar y lo que la vida me depara no es un camino que recorrer, sino una
prisión en la que recrear mi alma y mis ilusiones. Una cárcel para mi esencia
porque mi corazón está lejos, muy lejos de mí. Y espero no volver a verlo.
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