Hoy
llueve dentro y fuera de mi alma, es como si la naturaleza hubiese decidido
expresar de una vez por todas lo que siento.
Mi
vida es como una tormenta de mayo. Alocados vientos la mueven, la zarandean sin
importar lo que ella sienta, lo que yo sienta.
La
luz intenta brillar, aparece y se va, al igual que el frío que la acompaña. Más
a todos les parece que el sol brilla.
A veces se queda y alumbra su alrededor
permitiendo olvidar el dolor. Otras, las nubes cubren el cielo y me hunden.
Arriba llueve, aquí también. Las pisadas en el barro se hunden al igual que yo
lo hago acurrucada en mi colchón.
Relámpagos
y sollozos. Armonía, naturaleza y belleza en equilibrio.
Hace
frío en las calles, pero también lo hace en mi corazón. Quizás si ambos se
uniesen acabaría con la condena que poso sobre mis hombros.
Más
relámpagos, y es como si ella supiera que estoy a punto de echarme a llorar, de
temblar… De asustarme y no volver, no volver jamás.
Y
aunque las gotas resbalen por mi ventana, ellas saben que se marcharán por que
el tiempo no se detiene y aunque ahora se acompase con mis latidos la
naturaleza es más sabia y permitirá que la luz vuelva a iluminar el mundo.
Mientras que yo seguiré
aquí esperando a que el cielo vuelva a teñirse de gris y me haga sentir
especial. Esperaré despierta su llegada, esperaré sus palabras de aliento.
La
lluvia es mi aliada, los relámpagos guardianes de mi perdición. Todo encaja,
todo fluye.
Somos
chispas de rocío perdidas, nadando en una flor. Una flor que se marchita, poco
a poco bordando nuestro camino hacia la destrucción.
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