Saber que alguien te quiere, te ama… tal y como eres tras
las murallas de tu habitación produce una sensación tan agradable y
reconfortante.
Un ente vagando por el mundo adora tu cabello enmarañado
recién levantada, tus ojeras marcadas y tus sonrisas ladeadas cuando algo no va
bien.
Él está ahí, observándote… preparado para cuando caigas.
Te observa desde la distancia, una distancia prudente pero certera como para
divisar tu sonrisa mientras te deshaces del abrigo y lo lanzas sobre tu mochila, tus mejillas
sonrojadas por el desolador frío del invierno y tus ojos llenos de vida que le
buscan entre la multitud.
Aun puedes cerrar los ojos y sentir sus labios sobre los
tuyos, aun puedes percibir su aroma entre las hebras de tu cabello despeinado.
Pero… ¿por qué conformarte con míseros recuerdos si tan solo está a unos metros
de ti?
Estáis conociéndoos, aprendiendo el uno del otro… sabéis algunos de vuestros sueños y secretos, jamás llegareis a conoceros del todo,
pero eso, a ti al menos, no te preocupa. Jamás has llegado a conocerte a ti
misma por completo, él no será la excepción. Sin embargo, aunque nunca os
conoceréis completamente os seguís apreciando, queriendo… amando.
Vuestros ojos siguen colapsando como el primer día, con
su brillo característico, seguís buscándoos, las sonrisas siguen delatándoos.
Es hermoso como el primer amor te cambia la vida, al
menos su percepción. Todo parece menos horrible, menos injusto… algo brilla
entre tanta oscuridad.
Aunque, llamadme pesimista, realista… o jode-sueños, ¡qué
más da! Hay que tener cuidado; el amor es efímero, volátil, ágil como el
volateo de una pluma en plena tormenta. Cuesta tanto conseguirlo y es tan
sencillo perderlo con una acción, con unas míseras palabras… rompemos corazones
y destruimos esperanzas.
Debemos mantener los pies en el suelo, debemos mantener
el equilibrio en nuestra vida, entre lo conocido y lo recién llegado.
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