Puede que no estemos preparados, que todo esto nos venga
demasiado grande, sentimientos demasiados fuertes para personas que nunca han
sentido el amor de otra.
Un juego al que ninguno de los dos sabemos jugar, una
lanzada de dados que puede arrebatarnos todo si no somos capaces de poner las
cartas sobre la mesa y mostrar el as que guardamos bajo la manga.
¿Y si nunca debimos comenzar el juego? ¿Y si nunca
debimos creer que nuestros sueños se harían realidad? ¿Y si
nunca…deberíamos…habernos permitido… querernos el uno al otro?
Postergación de la verdad, mi única evasiva de la
realidad. Permitir que las horas corran hasta detenerse en seco sobre el borde
del abismo… O saltas o te vuelves. Ya no hay salida, es el momento… tú decides,
él decide .Decidid.
Baraja las cartas chico, siempre lo has hecho mejor que
yo, las mías suelen acabar bajo la mesa, perdidas, pisadas… Sucias. En cambio
tú, con tus ágiles manos eres capaz de darles vida, de hacerlas volar, haces
que parezca tan fácil…
Reparte y que comience la partida. Antes yo estaba a tu
lado, aprendiendo, tus cartas eran las mías, tú sabías lo que hacías, yo solo
observaba, quizás como hago ahora en el canto del precipicio.
Una jugada maestra, unas cartas perfectamente alineadas,
dispuestas a ser expuestas ante todos, no como yo.
Me rozas, delicadamente, sutilmente, indicándome que
lance un par de fichas sobre el tapete. “Vamos” Creí haberlo entendido
entonces, pero creo que estaba equivocada, creí que aunque tú controlases el
juego yo manejaba la parte más importante de este, que yo jugaba con el fuego
mientras tú lo controlabas para que no me quemase.
Ahora sé que no es así, ardía en el fuego
incontrolablemente, sin manejar nada.
Yo quise jugar y tú lo permitiste, sabías que era buena y
que podrías perder, por eso no me dejaste marchar, deseabas que me mantuviese a
tu lado. Pero esto no funciona así, me enseñaste lo esencial y ahora es
necesario situarme frente a ti, con mis ojos sobre los tuyos, preparada para
comenzar la partida.
El miedo a flor de piel, derritiéndome junto al sol, con
las cartas en mis manos, delineando las figuras con mis lastimados dedos. Las
observo y pienso, preparo la jugada. Sin embargo tú decides deshacerte de
ellas, no te sirven.
¿Harás igual conmigo?
“Voy” mi voz es alta, concisa, convincente… como si
estuviese segura de mí misma, más realmente mi corazón se ha encogido y solo
deseo acurrucarme tras las sábanas.
He comenzado un juego que no sé si ganaré, pero al menos
lo habré intentado y aunque no haya mostrado mis cartas, sabes que tengo, sabes
que lo usaré de una vez, todo o nada.
Quiero ganar, y tú… tienes miedo, ha derrotarme y destrozarme, o a perder y no ser auxiliado.
Si vences no me romperé, te lo prometo. Soy fuerte, no me
caeré, y si así fuese sé que tú estarás ahí, para levantarme y besar mis
heridas.
Si venzo… no temas. Juntos seguiremos adelante, coge mi
mano y caminemos hacia delante.
Pero ambos sabemos que el problema no reside ni en el triunfo
ni en el fracaso, sino en ese pequeño abismo que reside entre ellos. La
rendición.
Yo no voy a rendirme, quiero luchar por construir mis
sueños en un terreno firme y consistente donde una ráfaga de aire, una
tormenta… no pueda derribarlos.
¿Y tú? No lo sé, confío en ti, sé que me quieres, quiero
creer que me quieres. Pero no veo que luches, que intentes seguir hacia
adelante junto a mí.
A lo mejor este juego te da igual y solo acudiste porque
te llamaron, porque reclamaron tu presencia y ante todo una respuesta.
A lo mejor te equivocaste y ahora no sabes cómo
retroceder, al menos no sin romperme en pedazos.
Coloco un par de fichas sobre la mesa, me la juego. Tú
controlas y sabes de sobra que voy de farol, que no tengo el suficiente valor
de mostrar mis cartas, mis sentimientos. Y sin embargo asientes y me acompañas,
no vas a rendirte tan fácilmente. O quizás tú también vayas de farol y los dos
estemos jugando sobre un denso nublo, que en cualquier momento desaparecerá
para dejarnos caer.
Es la hora de la verdad, el momento de poner las cartas
sobre la mesa o de darlo todo por acabado. Recojamos las cartas y guardemos las
fichas en su caja, o podemos ser valientes y mostrar nuestra jugada, nuestras
intenciones. Entonces ya no habrá vuelta atrás.
Empero si nos mantenemos estáticos, paralizados, lanzando
más fichas, carentes del suficiente valor para parar el juego y sentenciar el
final de nuestra historia, las dudas continuarán incrementándose, y no sé tú,
pero yo ya no puedo más.
Las lágrimas sin derramar están quemando por dentro, los
sentimientos atrapados en mi corazón están agujereando mis esperanzas y mis
demonios de nuevo están haciendo de las suyas en mi enfermiza mente. ¡Páralos!
¡Para todo y déjame marchar!
Seguiré aquí, sentada al filo del acantilado, esperando.
Esperando la llegada del coraje, del valor suficiente para disipar las dudas.
Dudas manchadas de tinta.
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