Se
levantó empapada de sudor, no había pegado ojo en toda la noche y ahora hacía
ya demasiado calor como para intentar conciliar el sueño. Por lo que se decidió
a vestirse. Cogió el vestido del suelo y se lo volvió a poner. Fue al servicio,
se lavó la cara, los dientes… se peinó y se recogió el pelo en un improvisado
moño mientras buscaba con la mirada el frasco de colonia. Una vez lo hubo
encontrado se echó un par de gotas sobre el cuello y salió de la estancia, en
busca de sus sandalias.
Supuso
que estarían en el rellano así que bajó las escaleras y dirigiéndose a la
puerta principal las encontró. Se las puso mientras iba a la cocina, para
tomarse un vaso de zumo de naranja y un mendrugo de pan con aceite.
Miró
el reloj, las siete de la mañana. Suspiró y salió al patio. Más allá de los
muros se oían las risotadas de los muchachos y el colapsar del balón contra las
paredes. Ella tomó una azucena, blanca como la nieve y se la colocó en su
cabello.
Una
vez se decidió a salir de casa dejó que sus pasos la llevasen. Quién sabe a
donde. A él quizás.
Llegó
al puerto, los barcos estaban volviendo de su ardua jornada nocturna y la
mercancía sería llevada en meros instantes a la lonja.
Le
buscó entre el bullicio de marineros, no le vio, por lo que supuso que todavía
no habría vuelto.
No
podía olvidarle, esos ojos azules la habían taladrado desde que entró al
tablao’
Le
vio desde detrás de la barra, mientras uno de los habituales le hablaba. No
entendía de lo que estaban dialogando por lo que simplemente asentía a cada
nueva intervención. Fue en ese entonces, con los ojos rojos a causa del cargado
ambiente que le vio entrar con un semblante serio, distante. Como si se
encontrase obligado. Quizás fuese así, en ese caso le debía una ronda a aquel
que le hubiese arrastrado hasta allí.
Le
observó desde la distancia, era un joven alto, esbelto, con fuertes brazos y
amplia espalda. Su rostro anguloso, marcado, serio, no mostraba sentimiento
alguno, su mirada simplemente se encontraba fija en un punto muerto…
Salió
de su embelesamiento cuando su acompañante la llamó rudamente para que les
tomase nota. Tomó el bloc y se dirigió hacia allá mientras sacaba el bolígrafo.
Y les preguntó.
Estaba cansado, trabajar en el muelle era agotador, y sin
embargo allí estaba, en aquel tugurio de mala muerte antes de partir a la mar.
Olía a fritura junto a tabaco barato, y a sal, mucha sal.
Gran ambiente.
Con un rápido vistazo encontré una mesa alejada de las
miradas indiscretas y fui directamente a ella, sin esperar el consenso de mi
compañero.
No hubo sentádose cuando llamó a la joven muchacha de la
barra para que nos atendiese. Con un tono grotesco y vulgar la hizo acercarse.
Si yo hubiese sido ella ya le habría largado, pero era obvio que el establecimiento
no le pertenecía y el rodar de sus ojos me dio a entender que ya era habitual
que la tratasen así.
Pedí una cerveza, no pude evitar observar sus manos. Eran
finas, gráciles, quizás incluso suaves… quién sabe. ¿Qué se sentiría cuándo te
recorriesen de arriba abajo?
Ella se alejó, dejándome repleto de pensamientos no
apropiados y cierto desazón recorriendo mi cuerpo.
Volvió con el pedido, y esta vez la observé detenidamente.
Su vestido blanco se ceñía sobre su cintura, sus brazos desnudos; solos adornados
con unos simples brazaletes, de tez tostada… Sus ojos como el carbón a la par
de su cabello, largo y ondulado.
Pero no fue eso quizás lo que me atrajo de ella, puede que
fuesen esas marcadas ojeras que pedían a gritos ayuda, o su sonrisa algo
desgastada que no paraba de esbozar. Y que nunca he llegado a comprender.
No tengo muy claro quién comenzó toda aquella algarabía,
solo recuerdo que de repente me encontraba en medio de una trifulca, a solo
quince minutos para embarcar.
Recibí un golpe, sin saber de donde venía. Mi cabeza comenzó
a dar vueltas, de repente todo se volvió oscuro, más sentí una mano agarrarme…
una mano suave.
Serían
las tres de la madrugada, y aunque no hiciese mucho frío junto a la costa, la
brisa que corría por los callejones refrescaba. Y los borrachos buscaban algún
refugio. Sin embargo, no aquellos dos jóvenes.
Ella
le había arrastrado fuera porque… no lo sabía, pero ojalá él no se lo
recriminase, le había visto en apuros y pensó que lo mejor era sacarlo de allí.
Le senté, con la espalda contra la
pared. Estaba inconsciente, y es muy probable que si no hubiese sido así jamás me habría atrevido a acariciar su rostro. No me había percatado de sus moteadas pecas sobre sus mejillas…adorables.
Oí un gruñido, y enseguida me
aparté, alejándome de él. Abrió sus ojos y me observó. El silencio llenó el
ambiente, no sé en que estaba pensando pero no paraba de mirarme.
Ambos esperando a que alguno dijese
algo. Más no fue así, cuando quise darme cuenta estaba besándome.
Sus labios eran secos, agrietados,
rudos, acostumbrados a la sobrecarga y rapidez de las putas. Creo que buscaba
un atisbo de luz en los míos, y por como su lengua jugaba con la mía, juraría
que lo encontró.
Nos quedamos sin respiración y
solamente nuestros agitados suspiros cortaban el aire. Me abrazó, sin decir una
sola palabra.
Me gustaba su aroma, olía a
libertad y amargura.
-Espérame…
Y allí estaba yo, sentada en el
muelle esperando su llegada. En soledad, aguardando por unas cuantas palabras
más, y unos labios rotos, oxidados del no-amar.
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