Tomó el vestido de la percha y se dispuso a vestirse. Se
deshizo de sus pantalones dejándolos tirados a un lado del camerino, tomó su
blusa y la dobló delicadamente sobre la silla. Bajó la cremallera de la carmesí
prenda y se introdujo en ella. No necesitaba de un corsé para resaltar sus
curvas, el vestido ya lo hacía por ella. Aunque ceñido en su torso, se sentía
como si no llevase nada. Su amplio vuelo la permitía desenvolverse con agilidad
y desparpajo. Los brazos en alto, desnudos, preparados para volar.
Se sentó y tomó toda su cabellera de un solo movimiento,
desenredó los pequeños rizos que la lluvia le había causado de camino y
comenzó a darle forma.
Poco a poco consiguió hacerse un moño más o menos
decente, jamás serían como los que su abuela le hacía cuando la visitaba de
pequeña por Navidades; tendría que conformarse.
Se permitió dejar sueltos dos traviesos mechones, cayendo
al borde de sus mejillas. Sería lo único inocente de aquella noche, de aquel
baile…
Pintó sus labios de un rojo pasión, preparados para la
batalla, listos para ser recorridos, saboreados…anhelados.
Se agachó debajo de la mesa para alcanzar sus tacones
negros y una vez alzada sobre ellos dirigió su mirada una vez más hacia el
espejo dando su aprobamiento al reflejo.
De un portazo salió de la
estancia.
Violines de fondo, marcando el ritmo, rápido, fogoso,
violento…arrollador.
Manos ajenas sobre mi cintura, poco importa ya. Olor a
tabaco entremezclado con el mío. Labios foráneos, secos y agrietados, me
llaman, reclaman mi atención.
Giro bruscamente sobre mi misma y con paso seguro me alejo, manteniendo firme el paso, tomando
aire, ardiendo.
Me vuelvo de nuevo hacia él, buscando de nuevo ese agarre
sobre mí, intentando convertir la oscuridad de sus ojos en lujuria. Poseyendo
su alma. Y
rompiéndola en mil pedazos al son de la música.
Silencio… Solo el sonido de nuestras respiraciones
agitadas llenando la estancia. Impactando contra el suelo.
Sus manos inquietas transcurren por mis piernas, alzo una de ellas y la sitúo sobre su hombro, siento
la media hendirse.
Sin previo aviso me encuentro en el aire, con su
respiración en mi bajo vientre, girando, admirando manchas de colores
parpadeantes y cambiantes.
Último movimiento, se acaba la música y con ella la
posibilidad de convertir la noche en infinita, de volverme inmortal.
Vuelvo al suelo donde controlo el juego de la vida… ¿qué
es la danza sino?
Tomo sus manos y las uno junto a las mías. En alianza
terminan por recorrer mis curvas, se acercan a la cremallera y sus rudos dedos
la deslizan hasta el final.
Vestido en el suelo y mi alma escapándose de su
cautiverio.
Libertad
teñida de negro.
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