Rêves de Papier et Cauchemars d'Acier.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Tango.


Tomó el vestido de la percha y se dispuso a vestirse. Se deshizo de sus pantalones dejándolos tirados a un lado del camerino, tomó su blusa y la dobló delicadamente sobre la silla. Bajó la cremallera de la carmesí prenda y se introdujo en ella. No necesitaba de un corsé para resaltar sus curvas, el vestido ya lo hacía por ella. Aunque ceñido en su torso, se sentía como si no llevase nada. Su amplio vuelo la permitía desenvolverse con agilidad y desparpajo. Los brazos en alto, desnudos, preparados para volar.

Se sentó y tomó toda su cabellera de un solo movimiento, desenredó los pequeños rizos que la lluvia le había causado de camino y comenzó  a darle forma.

Poco a poco consiguió hacerse un moño más o menos decente, jamás serían como los que su abuela le hacía cuando la visitaba de pequeña por Navidades; tendría que conformarse.

Se permitió dejar sueltos dos traviesos mechones, cayendo al borde de sus mejillas. Sería lo único inocente de aquella noche, de aquel baile…

Pintó sus labios de un rojo pasión, preparados para la batalla, listos para ser recorridos, saboreados…anhelados.

Se agachó debajo de la mesa para alcanzar sus tacones negros y una vez alzada sobre ellos dirigió su mirada una vez más hacia el espejo dando su aprobamiento al reflejo.


De un portazo salió de la estancia.


Violines de fondo, marcando el ritmo, rápido, fogoso, violento…arrollador.

Manos ajenas sobre mi cintura, poco importa ya. Olor a tabaco entremezclado con el mío. Labios foráneos, secos y agrietados, me llaman, reclaman  mi atención.

Giro bruscamente sobre mi misma y con paso seguro  me alejo, manteniendo firme el paso, tomando aire, ardiendo.

Me vuelvo de nuevo hacia él, buscando de nuevo ese agarre sobre mí, intentando convertir la oscuridad de sus ojos en lujuria. Poseyendo su alma. Y rompiéndola en mil pedazos al son de la música.

Silencio… Solo el sonido de nuestras respiraciones agitadas llenando la estancia. Impactando contra el suelo.

Sus manos inquietas transcurren por mis piernas,  alzo una de ellas y la sitúo sobre su hombro, siento la media hendirse.

Sin previo aviso me encuentro en el aire, con su respiración en mi bajo vientre, girando, admirando manchas de colores parpadeantes y cambiantes.

Último movimiento, se acaba la música y con ella la posibilidad de convertir la noche en infinita, de volverme inmortal.

Vuelvo al suelo donde controlo el juego de la vida… ¿qué es la danza sino?

Tomo sus manos y las uno junto a las mías. En alianza terminan por recorrer mis curvas, se acercan a la cremallera y sus rudos dedos la deslizan hasta el final.

Vestido en el suelo y mi alma escapándose de su cautiverio.
Libertad teñida de negro.


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