Érase una vez un pajarito, de colores cálidos y
desordenadas plumas. Nació con la primera nevada del año. Sus ojos
achocolatados eran vivos y soñadores, repletos de Ilusión.
El pequeño ruiseñor aprendió a volar, volaba alto y batía
sus alas con esmero y coraje, quería tocar el Sol. Pero estaba
lejos, muy lejos y se cansó, quiso volver a casa pero el pobre pajarito no
sabía dónde estaba.
Estaba triste y tenía sueño, quería a su Mamá. El
pajarito se acercó a una casa, oía niños cantar, ¡al igual que él cantaba por
las mañanas!
Los niños le vieron posarse en una rama, justo al lado de
la ventana. ¡Qué bonito se veía con sus plumas otoñales y su pico dorado!
El pajarito cansado se hizo un pequeño ovillo y se echó a
dormir.
No supo ni cuándo ni cómo, se encontró enjaulado,
¡pobrecito mío! Se puso a llorar y a revoletear sin parar. El chiquitín no
comía ni reía, no entendía que hacia ahí… ¡Él solo quería volar y cantar, y a
su familia encontrar!
La pequeña de la casa con lágrimas en los ojos le vio
sollozar. La linda muchacha le decidió soltar…
“¡Vuela alto pajarito, vuela alto y se
feliz!”
Tras largos días de viaje, al fin llegó a su hogar. ¡Por
fin vería a Papá y a Mamá!
Pero allí no había nadie, no le habían esperado…
El pajarito estaba triste, no sabía que hacer…No tenía a
nadie, ya nadie le quería.
Sus alas le fallaban y sus plumas se caían, le dolía el
alma, aún más que la caída.
Yacía en el suelo tendido, herido y sin auxilio. Sus
ojitos no brillaban.
Pero el chiquitín no se rindió, y se levantó, limpió sus
plumas y entonó su canción.
Quizás no tenga corazón, o esté inundado de Dolor. Pero
el valor pinta sus plumas y revolotea en su interior.
Existe un
hermoso pajarito que vaga por tu alrededor, en busca de la Vida, en busca del
Amor. Puedes darle de comer o proporcionarle cobijo, pero ni le ates ni le
asustes. Él es libre y veloz, es un
dulce ruiseñor, que vuela y vuela sin cesar. Buscando tocar el Sol.
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